viernes, 20 de abril de 2012

Jorge Rivas: Sobre la Batalla Cultural y la Militancia

Por si eso fuera poco, la batalla cultural que nosotros creemos que sí se está librando en la Argentina ha tenido como uno de sus puntos de partida precisamente la revaloración de la militancia, después de dos décadas largas en que la cultura dominante, expresada en los discursos de los grandes medios de comunicación, la condenó a la condición de reliquia no muy estimada del pasado reciente. La militancia, o más exactamente los militantes populares, fueron el blanco de la furia genocida de la última dictadura cívico-militar. La militancia como práctica resultó después sepultada en una sociedad que abjuró de la política y que hizo de ella una actividad casi vergonzosa.

La vuelta de la política, se ha señalado reiteradamente, constituye uno de los grandes legados del breve pero decisivo paso de Néstor Kirchner por el gobierno del país. Él fue capaz de transmitirles a millones de ciudadanos que nada había de inevitable ni de natural en la situación de catástrofe social y económica que todavía los azotaba en 2003, que ella, por el contrario, obedecía a razones históricas, que tenía responsables, y sobre todo que se la podía cambiar con una herramienta irreemplazable: la política.

En agosto de 2007, los socialistas que así lo habíamos entendido resolvimos aliarnos con el Frente para la Victoria, sostener la candidatura de Cristina Fernández de Kirchner, y sumarnos activamente al gobierno que entonces presidía Néstor. Lo hicimos en un Congreso partidario, después de un largo, abierto y profundo debate interno. Para adoptar la decisión que adoptamos, tuvimos que superar fuertes prejuicios muy arraigados en nuestro partido, y desechar posiciones dogmáticas que nos habían mantenido hasta poco tiempo antes en la oposición.

Lo hicimos. Reconocimos que un dirigente de una fuerza política de la que habíamos sido adversarios durante medio siglo estaba llevando adelante un proceso de reformas democráticas y populares que debíamos apoyar sin retaceos si queríamos ser consecuentes con nuestro propio compromiso militante (eso, compromiso militante, nunca habíamos dejado de tener). Ese debate también fue parte de una batalla cultural. En este caso, para sostener que los socialistas, la izquierda democrática de raíz marxista, bien podía entenderse y coincidir en la defensa de intereses comunes con la izquierda nacional y popular.

La batalla cultural en la que estamos empeñados todos los que formamos parte de este proyecto nacional, y que ha sido y es fundamental en la recuperación de las energías militantes, no solo pero sí principalmente de la juventud, tuvo una expresión decisiva en el compromiso con una causa que Kirchner enarboló desde un principio: la de los derechos humanos, que se tradujo sobre todo en la aplicación de justicia a los agentes del Terrorismo de Estado, protegidos hasta 2003 por una coraza legal, judicial y política.

Hace ya algún tiempo leí una entrevista con un joven hijo de detenidos desaparecidos que acababa de recuperar su identidad. El muchacho se había negado durante diez años a hacerse el análisis de ADN por lealtad a sus falsos padres. Ante la pregunta acerca de la génesis de su cambio de actitud, su respuesta me resultó llamativa: “Acá hubo un quiebre después del 2003, del resurgimiento de los derechos humanos”.

El joven dijo “resurgimiento”. O sea que en su percepción, los derechos humanos habían desaparecido, y volvieron a aparecer. Para los que somos un poco mayores que él, y que tenemos por lo tanto una memoria política de mayor extensión, los derechos humanos no dejaron nunca de estar presentes. Pero estaban presentes en la sociedad civil, en los organismos, en las Madres, en las Abuelas, en Hijos. Otra vez, en la militancia. Lo que sucedió en 2003 fue que el Estado volvió a hacerse cargo de los derechos humanos, como no sucedía desde los dos o tres primeros años después de la dictadura.

El gobierno de Néstor Kirchner hizo una bandera propia de los derechos humanos, de la liberación de obstáculos para que la Justicia pudiera hacer su tarea contra los responsables de la mayor violación masiva y sistemática de esos derechos en nuestra historia. Y sabemos cuánto se ha avanzado en este aspecto en los últimos nueve años. Hasta el punto de que la Argentina, de ser un refugio para terroristas de Estado que no podían abandonar el país sin caer bajo la persecución de la Justicia de otros países, ha pasado a constituirse en una avanzada mundial. Todo esto, no sin la resistencia, abierta o solapada, de los sectores más reaccionarios y de los cómplices orgullosos o vergonzantes de los represores. En las redes sociales he visto reproducida más de una vez la escena en la que Néstor Kirchner ordena al general Roberto Bendini que baje de la pared del Colegio Militar el retrato del convicto Jorge Videla. La leyenda que la acompaña, dirigiéndose a Néstor: “Bajando un cuadro, formaste miles”. Otra vez juntas, esta vez en la creatividad colectiva, la batalla cultural y la militancia.

Desde luego que el amplio campo de los derechos humanos no se limita al castigo de los agentes de la represión ilegal, ni a la recuperación de su identidad por parte de quienes habían sido privados de ella por la fuerza. Y aunque en el país que ha sido escenario de la orgía criminal que fue la última dictadura cívico-militar es lógico que ese sea un asunto primordial, no es el único en que se ha avanzado. También se lo ha hecho en el control por parte del Estado de sus propias fuerzas armadas y de seguridad, en particular en lo que se refiere a la prohibición de reprimir la protesta social, y se ha procurado mejorar las calificaciones democráticas de la formación de sus efectivos.

No obstante, las cárceles siguen siendo horribles depósitos de pobres, y los sectores más desvalidos siguen siendo víctimas de los abusos y de la violencia policiales. He ahí dramáticos conflictos que demandan de nuestra perseverante militancia en defensa de los derechos humanos vulnerados, y que seguramente hallarán enconadas resistencias, no solo de parte de sectores interesados en que nada cambie en ese aspecto, sino también en el sentido común de amplias capas de la población, alentadas por los medios de masas. Es que se trata, nada menos, que de los derechos de quienes infringen la ley. Será, sin duda, un capítulo particularmente duro de nuestra batalla cultural, que va a demandar un enorme esfuerzo militante.

Una victoria parcial pero sumamente significativa contra las líneas más resistentes de la cultura dominante se consiguió, con una activísima militancia, con la sanción del matrimonio igualitario. Otro escollo seguramente aun más difícil aguarda en el debate ya iniciado acerca de la despenalización del aborto. Más ampliamente, puede decirse que lo que está en juego en estos casos es el carácter mismo del Estado, por cuyo laicismo debemos emplearnos a fondo Es que el laicismo resulta una condición necesaria para la efectiva igualdad ante la ley de todos los ciudadanos, de modo que un Estado democrático no puede, sino que debe ser laico. 

Cada avance, cada reforma democrática que se ha alcanzado en los últimos nueve años, ha formado parte de una batalla contra ideas hegemónicas, prejuicios arcaicos, intereses revestidos del ropaje de las más nobles tradiciones: la recuperación por parte del Estado de su papel en la conducción de la economía, el fin del alineamiento automático con los Estados Unidos, la sanción de la ley de medios, por poner solo algunos ejemplos. Cada uno de los que falta formará parte de esa misma batalla, y necesitará de una cada vez mayor participación de la militancia, porque a medida que se profundice, el proyecto nacional, popular y democrático será más y más resistido.

Fue la propia Cristina la que dijo en el discurso de su primera asunción presidencial que mientras haya un solo pobre en la Argentina no podremos decir que hemos cumplido con nuestra tarea. Y sabemos que cada avance en la lucha contra la desigualdad exige vencer la resistencia de los privilegiados, que no suelen desestimar ningún recurso. De allí que se hace imprescindible acumular fuerzas militantes, que sostengan e impulsen con vigor el programa de reformas. Mal que les pese a nuestros adversarios, militancia y batalla cultural no forman solamente parte protagónica de la realidad política, sino que van, por añadidura, irremediablemente juntas.

Muchas gracias

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